Había una vez en un mundo mágico, donde el agua se enamoró de la tierra. El agua, siendo emocional y siempre cambiante, encontró en la tierra su complemento perfecto. Pero la tierra, distante y fría, no parecía interesada en el amor del agua.
A pesar de la indiferencia de la tierra, el agua nunca dejó de amarla. Cada gota de lluvia que caía del cielo, cada ola que besaba la orilla, era un suspiro de amor hacia la tierra. Pero la tierra seguía siendo indiferente, ignorando el amor que el agua le ofrecía.
Un día, el agua decidió que era hora de irse. La tierra le había herido el corazón con su frialdad y distancia. Lentamente, el agua se evaporó en el cielo y se convirtió en nubes blancas y esponjosas.
La tierra, al darse cuenta de que el agua se había ido, sintió un profundo vacío en su interior. La frialdad y la distancia ya no tenían sentido sin el amor del agua. Llena de arrepentimiento, la tierra anhelaba tener al agua de regreso.
Y así, después de mucho tiempo, el agua regresó a la tierra. La tierra abrazó al agua con fuerza, prometiéndole que nunca más la trataría con indiferencia. El agua sonrió, sabiendo que la paciencia y el amor habían conquistado a la tierra, y juntos crearon la vida en un maravilloso abrazo duradero.
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