En un valle escondido, detrás de una montaña sonriente, estaba el Jardín de las Burbujas Mágicas.
Sofía, una niña alegre con un vestido amarillo, entró al jardín y vio burbujas de colores flotando.
Cada burbuja tenía un brillo especial. Algunas eran azules como el cielo, otras verdes como las hojas.
Sofía estiró su mano y tocó una burbuja. Fue transportada a un lugar lleno de risas y juegos.
En este lugar, los niños jugaban sin parar. Habían risas, golosinas y más burbujas volando.
Una burbuja roja como una manzana se acercó a Sofía, susurrando en su oído una melodía dulce.
Sintió la alegría de compartir y ayudó a un niño pequeño a alcanzar una burbuja alta.
Al hacerlo, la burbuja roja emitió un brillo que llenó el lugar de felicidad y colores aún más brillantes.
Cada vez que ayudaba a alguien, una nueva burbuja aparecía, añadiendo magia al jardín.
Sofía comprendió que las burbujas eran mágicas porque representaban actos de bondad y diversión compartida.
Ella prometió volver cada tarde para crear más burbujas mágicas con nuevos amigos.
Y así, el Jardín de las Burbujas Mágicas se convirtió en el lugar más feliz del valle, gracias a Sofía y a sus amigos.
Reflection Questions