Había una vez un hermoso unicornio llamado Luna. Era el último de su especie y vivía en un bosque mágico rodeado de flores y árboles altos. Luna tenía un pelaje blanco como la nieve y ojos azules brillantes.
Luna era muy especial. Tenía el poder de traer alegría y esperanza a todos los que la veían. Pero a pesar de su belleza y magia, se sentía solitaria. No había otros unicornios con quienes jugar o conversar.
Un día, mientras exploraba el bosque, Luna escuchó el suave llanto de un niño. Se acercó sigilosamente y encontró a un pequeño conejito perdido. Luna lo consoló y juntos se hicieron amigos inseparables.
El conejito le contó a Luna que también deseaba encontrar a otros unicornios. Luna sintió empatía por su amigo y decidió ayudarlo. Juntos, buscaron durante días y días, recorriendo valles y atravesando ríos hasta llegar a un misterioso bosque encantado.
Finalmente, Luna y el conejito encontraron a otros unicornios. Eran hermosos y mágicos, al igual que Luna. Se unieron y formaron una manada feliz, viviendo juntos en el bosque encantado. Luna ya no se sentía solitaria, ahora tenía amigos con quienes jugar y conversar.
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