Había una vez dos hermanas llamadas Ana y María. Durante la cuarentena, estuvieron juntas en casa y comenzaron a imaginar mundos de cuentos. Usaban sábanas como capas y ramas como espadas. Viajaban a tierras mágicas y se enfrentaban a dragones y brujas malvadas.

En uno de sus viajes imaginarios, conocieron a un niño llamado Juan. Juan era diferente a ellos, tenía una silla de ruedas para moverse. A pesar de las diferencias, se hicieron amigos rápidamente y comenzaron a tener aventuras juntos. Juan demostró que no importa cómo te muevas, lo que importa es tener un corazón valiente.

Otro día, mientras exploraban el bosque encantado, se encontraron con una niña llamada Laura. Laura era ciega y no podía ver las maravillas que ellas veían. Sin embargo, Ana, María, Juan y Laura inventaron nuevas formas de explorar el mundo juntos. Descubrieron que todos tienen habilidades especiales y que la amistad es lo más importante.

Las hermanas también conocieron a una niña llamada Maya, que era sorda y hablaba en lenguaje de señas. Ana y María aprendieron a comunicarse con las manos y descubrieron que el lenguaje no se trata solo de palabras, sino también de gestos y expresiones. Se dieron cuenta de que todos tenemos diferentes formas de comunicarnos y que eso nos enriquece.

A medida que pasaba el tiempo, Ana, María, Juan, Laura y Maya se convirtieron en los mejores amigos. Juntos, crearon un mundo donde todos eran bienvenidos, sin importar las diferencias. Descubrieron que la inclusividad es importante y que todos merecen ser tratados con amabilidad y respeto.

El día que terminó la cuarentena, Ana, María, Juan, Laura y Maya decidieron seguir siendo amigos para siempre. Aunque la aventura en casa había terminado, sabían que siempre podrían contar el uno con el otro. Aprendieron que la amistad no tiene límites y que la verdadera magia se encuentra en el corazón de cada persona.