Había una vez una niña rubia llamada Luna. Ella tenía tirabuzones muy pequeños y brillantes. Luna vivía en una casita acogedora con su mamá.
Una mañana soleada, Luna y su mamá decidieron ir al prado. Era un lugar lleno de flores y mariposas revoloteando.
Mientras jugaban entre las flores, Luna vio un rebaño de vacas pastando. Las vacas masticaban la hierba tranquilamente.
Curiosa, Luna se alejó de su mamá y caminó hacia las vacas. Una vaca negra y blanca levantó la cabeza y la miró.
"Hola, ¿cómo te llamas?" preguntó Luna a la vaca. La vaca respondió con un suave 'muu' que parecía un saludo.
Pronto, Luna y su mamá se abrazaron felices de encontrarse de nuevo. Prometieron no separarse otra vez.
Entre risas y cuentos, buscaron a la madre de la vaca. Cada paso que daban, las luces de sus linternas iluminaban el camino.
Finalmente, encontraron una vaca grande acostada en el prado. La vaca bebé corrió hacia ella y fue un reencuentro amoroso.
Esa noche, Luna y su mamá caminaron a casa bajo un cielo lleno de estrellas, contando historias de su aventura.
Luna aprendió que incluso las criaturas grandes como una vaca necesitan a sus mamás. Y prometió siempre cuidar a los demás.
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