Había una vez dos hermanos, Leo y Luis, que vivían en un pequeño pueblo. Cada mañana, se levantaban temprano y se preparaban para ir a la escuela. Leo era el mayor, tenía el pelo negro y los ojos marrones. Luis, el menor, tenía el pelo rubio y los ojos azules.
Los hermanos caminaban juntos hasta la escuela, cada uno con su mochila llena de libros y cuadernos. Caminaban por el parque, donde veían a sus amigos jugando en el patio de recreo. Les encantaba unirse a ellos y jugar al fútbol o trepar por los columpios.
En la escuela, los hermanos aprendían muchas cosas nuevas. Tenían clases de matemáticas, ciencias y lengua. A Leo le gustaba especialmente la clase de arte, donde podía dibujar y pintar. A Luis le gustaba la clase de música, donde podía tocar diferentes instrumentos.
Durante el recreo, los hermanos jugaban con sus amigos. Juntos construían castillos de arena, se balanceaban en los columpios y se deslizaban por el tobogán. También jugaban a juegos de mesa en la biblioteca de la escuela, donde se divertían y aprendían al mismo tiempo.
Después de la escuela, los hermanos regresaban a casa y compartían lo que habían aprendido con su mamá y papá. Les contaban sobre las actividades divertidas que hicieron en la escuela y lo mucho que disfrutaron estar con sus amigos. Luego, juntos hacían la tarea y se preparaban para el día siguiente.
Leo y Luis se sentían felices de ir a la escuela todos los días. Aprendían cosas nuevas, jugaban con sus amigos y fortalecían su vínculo como hermanos. Sabían que la escuela era un lugar especial donde podían crecer y divertirse al mismo tiempo.